Recordando a Reggie Lewis, un corazón indomable
POR GUILLERMO GARCÍA ARROYO
Aún recuerdo mi primer contacto directo con aquella camiseta verde que tanta mística e historia encerraba entre su tela de rejilla. Fue en 1988, mes de octubre. Una tribu (o al menos eso creía yo que eran) con uniforme de guerra verde y botas por encima de los tobillos aparecía por las tablas del vetusto Palacio de los Deportes de Madrid para enfrentarse a rostros más familiares como los de Petrovic y Martin.
Aquel infante estaba dando sus primeros pasos en el mundo del baloncesto y, enamorado por aquella pelota naranja, quise saber más de sus figuras y sus leyendas. Empecé a escuchar nombres como el de Sabonis, Petrovic o Corbalán y a interesarme por aquellos jugadores sobrehumanos que se batían en cruentas batallas al otro lado del charco.
Era la época de los Magic, Erving, Kareem, un joven llamado Jordan y, por supuesto de Larry Bird y sus gloriosos Celtics. Por eso, cuando mi padre me ofreció la posibilidad de ver a esos gigantes en directo, la respuesta fue sencilla. Y fue entrar en el viejo recinto madrileño y darme cuenta de que aquel partido nada tendría que ver con los del Madrid y los del Estu que ya había tenido ocasión de presenciar. Aquello era otra cosa.
Embelesado no sé si por la mistica de aquel uniforme no podía quitar los ojos de aquel hombre rubio que apenas podía saltar pero que metía el balón por el aro una y otra vez durante la rueda de calentamiento. Sin embargo, en un momento de despiste, mis ojos me jugaron una mala pasada y me hicieron fijarme en otro de esos colosos llegados allende los mares.
Se trataba de un joven que agarró el balón con una mano dio dos botes con la derecha y se lo cambió a la izquierda para iniciar la carrera de entrada a canasta. A unos tres metros del aro inició el salto y desplegó las piernas con la elasticidad propia de un Grand jeté de Nureyev para dejar la pelota suavemente en el aro. Era Reggie Lewis.
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Aquel partido ante el Madrid fue el de Bird. Nadie más que él podía acaparar la atención de los focos. Pero yo no podía quitar la vista de aquel esteta que con su entrada me embelesó. Lewis pasó sin pena ni gloria por Madrid. Apenas pudo pisar las tablas y su aportación quedó en sólo cinco puntos. Pero eso sí, había ganado un fan para toda la vida.
Un aficionado que recuerda a la perfección su primer contacto (visual, eso sí) con su ídolo y, por desgracia, también guarda en la memoria aquel fatídico 27 de julio de 1993, apenas cinco años después, en el que el alero de Baltimore perdía la vida en el parquet de la Universidad de Brandeis, donde se encontraba entrenando.
Lewis fallecía a los 27 años de edad y sólo un año después de heredar la franquicia más laureada de la historia en la NBA. Un fatídico destino que le aguardaba cuando las crónicas le esperaban para otro tipo de gestas. Fue el final más abrupto para una incipiente carrera a la que todavía tenían reservados muchos momentos de gloria.
Y es que el alero había nacido por y para el baloncesto. Con él consiguió alejarse de ese Baltimore de crímenes y drogadicción que muchos años después descubriríamos en 'The Wire', aferrado a su hermano mayor Irving. Con gesto serio y la timidez por bandera, Reggie jugaba con su hermano y pronto le pasó tanto en estatura como en calidad, aunque eso no le valiera para ganarse un puesto en el Patterson High School, donde jugaba su admirado Irving. Reggie fue cortado y no pudo cumplir su sueño. O quizás estaba dando paso a otro.
Tras ser rechazado en Patterson, Lewis lo intentó con los 'poetas' de Durban. Allí se encontraban Tyrone 'Mugsy' Bogues, Reggie Williams y David Wingate. Reggie se ganó un hueco en un equipo que haría historia tiempo más tarde. El entrenador no lo dudó ni un solo segundo. Aquel chico que apenas hablaba con nadie en la cancha tenía algo. Un primer paso demoledor, el tamaño perfecto, la velocidad adecuada y un tiro infalible que le reservaban un sitio entre los grandes.
Junto a los 'Poetas', Lewis convirtió a aquel equipo de Baltimore en el mejor conjunto del país tras firmar en su último año de instituto la temporada perfecta y finalizar como campeones nacionales y un balance de 31-0. Una temporada irrepetible que, sin embargo, no le valió para firmar por una de las grandes universidades del país.
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Fue la Northeastern University de Massachussetts la que se llevó el gato al agua y se hizo con los servicios de un Lewis que desde el principio se hizo notar. Un novato que se hizo un hueco entre los mayores a base de anotar, pero también gracias a una dureza defensiva desconocida hasta entonces.
"Era un auténtico competidor. Recuerdo una noche que escuché algo en el pabellón y me acerqué a ver qué era. Allí estaba Reggie, junto a Andre LaFleur, jugando un uno contra uno en toda la cancha, algo que no había visto en mis 40 años de entrenador. Si no les llego a frenar hubieran seguido toda la noche", recuerda ahora su entrenador universitario, Jim Calhoun. Una prueba más de la pasión de Lewis por el baloncesto.
Ese amor le llevó a convertirse en el amo y señor de los 'Huskies' durante las cuatro temporadas en las que estuvo allí y en las que promedió más de 22 puntos y casi ocho rebotes por partido. Unas medias que llamaron la atención de los Celtics desde el primer momento y cuando llegó su turno para escoger en la noche del draft de 1987, sorprendidos de que nadie hubiera aprovechado esa ganga, no lo dudaron y pronunciaron su nombre.
Lewis aterrizaba en la franquicia más exigente de la NBA y con tres jugadores como Bird, McHale y Parish que no iban a dejar que aquel novato se les subiera a las barbas a las primeras de cambio. La NBA, por aquel entonces, tenía sus ritmos y los novatos, por muy buenos que fueran, no eran más que suplentes de los más veteranos y consagrados.
Ese estatus apenas duró una temporada. Lewis fue entrando en la rotación de los Celtics en su segundo año y fue haciéndose, poco a poco, con el mando de las operaciones del equipo mientras Bird y compañía cedían el testigo de manera gradual. Así hasta llegar a la temporada 91-92, cuando por fin, Reggie se quedó como rey único.
Bird, acuciado por sus continuos problemas de espalda daba el relevo y Lewis pasaba a ser la superestrella, el jugador franquicia de Boston. El alero asumió los galones con la misma naturalidad que exhibía en la cancha y subió sus prestaciones hasta alcanzar la condición de 'all star' por primera vez en su carrera y llevaba a los Celtics hasta las semifinales del Este con una espectacular media de 20.8 puntos por partido. Ya nadie dudaba de su condición. Y menos después de ser el único jugador que ha conseguido taponar a Michael Jordan cuatro veces en un mismo partido.
La temporada siguiente arrancó con la retirada definitiva de Bird tras ganar el oro olímpico en Barcelona. Lewis se quedaba solo al frente de la nave y respondió como de él se esperaba. Volvió a liderar a la franquicia en anotación y aunque no repitió presencia en el All Star sí fue capaz de llevar a los Celtics a los 'playoffs' y con factor cancha a favor al terminar cuartos del Este la temporada regular.
Sin embargo, toda la alegría que suponía ver que los Celtics estaban en buenas manos con Lewis al frente se desvanecieron en primera ronda de los 'playoffs'. En el primer partido de la serie ante Charlotte, a punto de terminar el primer cuarto, Lewis se desplomaba sin explicación aparente y su cuerpo quedaba tendido en las tablas del mítico Boston Garden.
El corazón del Garden se detuvo. Sin embargo, el jugador volvió a la cancha apenas unos minutos después. Se despojó del chandal y entró dos minutos más en la pista. Fueron sus últimos momentos como jugador de baloncesto.
Tras serle diagnosticada una anomalía cardiaca, Lewis se despidió de la temporada. Pero no del baloncesto. Se sometió a pruebas y a todo tipo de análisis y mientras esperaba los resultados, él seguía poniéndose en forma para el siguiente curso. Sin embargo, la nueva temporada nunca llegaría.
El 27 de julio, mientras practicaba tiro en la Universidad Brandeis, en Massachusett, Lewis volvió a caer. Y nunca más se levantaría. Ni siquiera los esfuerzos de los dos oficiales que abrieron el pabellón y se encontraron el cuerpo inerte de Lewis fuero suficiente para reanimarlo. El jugador, santo y seña de los Celtics post-Bird, fallecía a causa de una miocardiopatía hipertrófica.
Era el final antes de tiempo de un jugador llamado al estrellato y que se quedo a sólo un paso de conseguirlo en uno de sus saltos estéticamente perfectos. El desenlace inesperado de un corazón indomable que una vez conquistó a un niño con su juego y su legado.
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Aún recuerdo mi primer contacto directo con aquella camiseta verde que tanta mística e historia encerraba entre su tela de rejilla. Fue en 1988, mes de octubre. Una tribu (o al menos eso creía yo que eran) con uniforme de guerra verde y botas por encima de los tobillos aparecía por las tablas del vetusto Palacio de los Deportes de Madrid para enfrentarse a rostros más familiares como los de Petrovic y Martin.
Aquel infante estaba dando sus primeros pasos en el mundo del baloncesto y, enamorado por aquella pelota naranja, quise saber más de sus figuras y sus leyendas. Empecé a escuchar nombres como el de Sabonis, Petrovic o Corbalán y a interesarme por aquellos jugadores sobrehumanos que se batían en cruentas batallas al otro lado del charco.
Era la época de los Magic, Erving, Kareem, un joven llamado Jordan y, por supuesto de Larry Bird y sus gloriosos Celtics. Por eso, cuando mi padre me ofreció la posibilidad de ver a esos gigantes en directo, la respuesta fue sencilla. Y fue entrar en el viejo recinto madrileño y darme cuenta de que aquel partido nada tendría que ver con los del Madrid y los del Estu que ya había tenido ocasión de presenciar. Aquello era otra cosa.
Embelesado no sé si por la mistica de aquel uniforme no podía quitar los ojos de aquel hombre rubio que apenas podía saltar pero que metía el balón por el aro una y otra vez durante la rueda de calentamiento. Sin embargo, en un momento de despiste, mis ojos me jugaron una mala pasada y me hicieron fijarme en otro de esos colosos llegados allende los mares.
Se trataba de un joven que agarró el balón con una mano dio dos botes con la derecha y se lo cambió a la izquierda para iniciar la carrera de entrada a canasta. A unos tres metros del aro inició el salto y desplegó las piernas con la elasticidad propia de un Grand jeté de Nureyev para dejar la pelota suavemente en el aro. Era Reggie Lewis.
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Aquel partido ante el Madrid fue el de Bird. Nadie más que él podía acaparar la atención de los focos. Pero yo no podía quitar la vista de aquel esteta que con su entrada me embelesó. Lewis pasó sin pena ni gloria por Madrid. Apenas pudo pisar las tablas y su aportación quedó en sólo cinco puntos. Pero eso sí, había ganado un fan para toda la vida.
Un aficionado que recuerda a la perfección su primer contacto (visual, eso sí) con su ídolo y, por desgracia, también guarda en la memoria aquel fatídico 27 de julio de 1993, apenas cinco años después, en el que el alero de Baltimore perdía la vida en el parquet de la Universidad de Brandeis, donde se encontraba entrenando.
Lewis fallecía a los 27 años de edad y sólo un año después de heredar la franquicia más laureada de la historia en la NBA. Un fatídico destino que le aguardaba cuando las crónicas le esperaban para otro tipo de gestas. Fue el final más abrupto para una incipiente carrera a la que todavía tenían reservados muchos momentos de gloria.
Y es que el alero había nacido por y para el baloncesto. Con él consiguió alejarse de ese Baltimore de crímenes y drogadicción que muchos años después descubriríamos en 'The Wire', aferrado a su hermano mayor Irving. Con gesto serio y la timidez por bandera, Reggie jugaba con su hermano y pronto le pasó tanto en estatura como en calidad, aunque eso no le valiera para ganarse un puesto en el Patterson High School, donde jugaba su admirado Irving. Reggie fue cortado y no pudo cumplir su sueño. O quizás estaba dando paso a otro.
Tras ser rechazado en Patterson, Lewis lo intentó con los 'poetas' de Durban. Allí se encontraban Tyrone 'Mugsy' Bogues, Reggie Williams y David Wingate. Reggie se ganó un hueco en un equipo que haría historia tiempo más tarde. El entrenador no lo dudó ni un solo segundo. Aquel chico que apenas hablaba con nadie en la cancha tenía algo. Un primer paso demoledor, el tamaño perfecto, la velocidad adecuada y un tiro infalible que le reservaban un sitio entre los grandes.
Junto a los 'Poetas', Lewis convirtió a aquel equipo de Baltimore en el mejor conjunto del país tras firmar en su último año de instituto la temporada perfecta y finalizar como campeones nacionales y un balance de 31-0. Una temporada irrepetible que, sin embargo, no le valió para firmar por una de las grandes universidades del país.
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Fue la Northeastern University de Massachussetts la que se llevó el gato al agua y se hizo con los servicios de un Lewis que desde el principio se hizo notar. Un novato que se hizo un hueco entre los mayores a base de anotar, pero también gracias a una dureza defensiva desconocida hasta entonces.
"Era un auténtico competidor. Recuerdo una noche que escuché algo en el pabellón y me acerqué a ver qué era. Allí estaba Reggie, junto a Andre LaFleur, jugando un uno contra uno en toda la cancha, algo que no había visto en mis 40 años de entrenador. Si no les llego a frenar hubieran seguido toda la noche", recuerda ahora su entrenador universitario, Jim Calhoun. Una prueba más de la pasión de Lewis por el baloncesto.
Ese amor le llevó a convertirse en el amo y señor de los 'Huskies' durante las cuatro temporadas en las que estuvo allí y en las que promedió más de 22 puntos y casi ocho rebotes por partido. Unas medias que llamaron la atención de los Celtics desde el primer momento y cuando llegó su turno para escoger en la noche del draft de 1987, sorprendidos de que nadie hubiera aprovechado esa ganga, no lo dudaron y pronunciaron su nombre.
Lewis aterrizaba en la franquicia más exigente de la NBA y con tres jugadores como Bird, McHale y Parish que no iban a dejar que aquel novato se les subiera a las barbas a las primeras de cambio. La NBA, por aquel entonces, tenía sus ritmos y los novatos, por muy buenos que fueran, no eran más que suplentes de los más veteranos y consagrados.
Ese estatus apenas duró una temporada. Lewis fue entrando en la rotación de los Celtics en su segundo año y fue haciéndose, poco a poco, con el mando de las operaciones del equipo mientras Bird y compañía cedían el testigo de manera gradual. Así hasta llegar a la temporada 91-92, cuando por fin, Reggie se quedó como rey único.
Bird, acuciado por sus continuos problemas de espalda daba el relevo y Lewis pasaba a ser la superestrella, el jugador franquicia de Boston. El alero asumió los galones con la misma naturalidad que exhibía en la cancha y subió sus prestaciones hasta alcanzar la condición de 'all star' por primera vez en su carrera y llevaba a los Celtics hasta las semifinales del Este con una espectacular media de 20.8 puntos por partido. Ya nadie dudaba de su condición. Y menos después de ser el único jugador que ha conseguido taponar a Michael Jordan cuatro veces en un mismo partido.
La temporada siguiente arrancó con la retirada definitiva de Bird tras ganar el oro olímpico en Barcelona. Lewis se quedaba solo al frente de la nave y respondió como de él se esperaba. Volvió a liderar a la franquicia en anotación y aunque no repitió presencia en el All Star sí fue capaz de llevar a los Celtics a los 'playoffs' y con factor cancha a favor al terminar cuartos del Este la temporada regular.
Sin embargo, toda la alegría que suponía ver que los Celtics estaban en buenas manos con Lewis al frente se desvanecieron en primera ronda de los 'playoffs'. En el primer partido de la serie ante Charlotte, a punto de terminar el primer cuarto, Lewis se desplomaba sin explicación aparente y su cuerpo quedaba tendido en las tablas del mítico Boston Garden.
El corazón del Garden se detuvo. Sin embargo, el jugador volvió a la cancha apenas unos minutos después. Se despojó del chandal y entró dos minutos más en la pista. Fueron sus últimos momentos como jugador de baloncesto.
Tras serle diagnosticada una anomalía cardiaca, Lewis se despidió de la temporada. Pero no del baloncesto. Se sometió a pruebas y a todo tipo de análisis y mientras esperaba los resultados, él seguía poniéndose en forma para el siguiente curso. Sin embargo, la nueva temporada nunca llegaría.
El 27 de julio, mientras practicaba tiro en la Universidad Brandeis, en Massachusett, Lewis volvió a caer. Y nunca más se levantaría. Ni siquiera los esfuerzos de los dos oficiales que abrieron el pabellón y se encontraron el cuerpo inerte de Lewis fuero suficiente para reanimarlo. El jugador, santo y seña de los Celtics post-Bird, fallecía a causa de una miocardiopatía hipertrófica.
Era el final antes de tiempo de un jugador llamado al estrellato y que se quedo a sólo un paso de conseguirlo en uno de sus saltos estéticamente perfectos. El desenlace inesperado de un corazón indomable que una vez conquistó a un niño con su juego y su legado.
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